16 dic 2007

Capítulo Quinto: Vaya lugar cool que es el Limbo



No necesitó sino una hojeada a sus archivos mentales para descubrir que se trataba de la Bruja. No podía ser nadie más; la delataba la blonda melena que caía como una noche rubia para cubrirle los ojos. Utilizaba el mismo vestido que traía puesto cuando murió, aunque eso Lucía Fernanda no lo sabía.
Quizá aquella mujer podía ayudarla, darle una pista acerca de dónde se encontraba el demonio al que Lucifer buscaba.
La Bruja no le respondió. Como en el más recurrente de los lugares comunes, extendió un dedo para señalarle una puerta. La muchacha se sonrió, imaginó que a la escena únicamente le faltaba que la Bruja se alejara riendo, mientras un relámpago estallaba en algún lugar.
Pero nada de aquello sucedió. La Bruja se quedó en el mismo lugar donde la había encontrado, si acaso se movió para beber un trago de la botella de Jack Daniels que sostenía en la mano derecha.
El beso de Jack, pensó Lucifer, a eso se refería el shaman que le había dado los hongos.
La Bruja comenzó a tararear un fragmento de Piece of my heart mientras la muchacha giraba el picaporte de la puerta que ella le había indicado.
“Vaya lugar cool que es el Limbo”, fue su pensamiento mientras ingresaba en una especie de bóveda.
Caminó algunos pasos y se dio cuenta en el humo del cigarro era como un fantasma omnipresente. Mientras atravesaba un corredor alfombrado y en penumbras, Lucía Fernanda descubrió que un sonido lejano, constante, iba haciéndose más fuerte a medida que se acercaba a una segunda puerta, está vez abierta e iluminada.
Cuando la atravesó, no dio crédito. La Espíritu Santo nunca se lo iba a creer. Ahí estaba Satanás en persona, o cuando menos la persona a quien Lucía consideraba era el demonio, el Rey de los Avernos, el único que de verdad había vivido en la oscuridad mientras estuvo vivo y que ahora, más allá de la muerte, el tiempo y el espacio, continuaba aporreando su piano en un agujero apestoso en medio del limbo. No hay nada más putrefacto que el peor congal del infierno, pensaba ella, y ahora había llegado.
Pensó por un momento en las palabras del shaman, en que Lucía necesitaba una razón para volver al mundo. Ya no tenía miedo, no importaba qué es lo que sucediera cuando se ofrendara como tributo al Diablo, al final quería estar con Christian.
Se sentó en una mesa al borde de la pista y pidió una cerveza. Comenzó a observar a los asistentes al club, reconoció a dos o tres: ahí estaba el rubio zurdo que nunca se lavaba el cabello; el negro virtuoso al que sus grupis señalaban como poseedor de un pene descomunal y claro, la Bruja, que dando tumbos se metió en el club para conseguirse otra botella de Jack.
Lucía Fernanda llamó al mesero y le preguntó a qué hora terminaba de tocar el Señor. Por respuesta recibió una mirada despectiva, que le ordenaba mirar hacia el escenario. Ahora el Demonio, ayudado por su bastón de ciego, se disponía a descansar una hora en su camerino, hasta que le tocara actuar de nuevo.
Lucía se puso de pie y corrió a alcanzarlo. El Demonio se movía muy lentamente, iba encorvado y el brazo derecho, donde se inyectaba la heroína, le temblaba un poco.
Al fin lo alcanzó y le dijo que quería ser suya.
El Diablo volteó la cara y el rostro adolescente de Lucía se reflejó en los lentes oscuros del otro. Un segundo después se dio la vuelta y le indicó que lo acompañara.
Con el bastón de invidente cerró la puerta y sentó en un sillón forrado con piel de leopardo. El Demonio se quitó el saco y se aflojó la corbata.
Lucía Fernanda se le acercó. Le dio un beso en la palma de la mano y le preguntó qué debía hacer. El Diablo le acarició la muñeca y sonrió, complacido.
—Eres linda. Ven, siéntate en mis piernas— le ordenó en inglés.
Cuando la desnudó y la recostó en la cama, Lucía se moría de los nervios. Iba a sacrificarse en el altar del Demonio. Iba a abrir sus piernas para recibir el miembro de aquel fantasma que hasta entonces sólo había escuchado gruñir en Biblias circulares de vinilo.
También bajó otros Evangelios de la red, pero nada se comparaba con tener aquel cuerpo anciano moviéndose dentro de ella, convirtiendo sus caderas en defines de carne que viajaban a toda velocidad por el mar de sus sábanas. Acostarse con aquel Demonio de casi cien años la hacía sentir aún más joven, casi una niña revolviéndose en un charco de perversión. Le fascinaba aspirar el aliento a Whisky del demonio, su piel áspera y arrugada, igual que la de un elefante, friccionándose contra su cuello y su vientre.
Lucía tenía orgasmos sin control, ciclópeos, sacudidas eléctricas como las que el Demonio había sido capaz de provocar en las ingles de su público cuando era hombre. Sus manos enormes le apretaban los senos y los muslos con tal lujuria, que la lastimaba. Le metía la lengua hasta la garganta y como estaba ciego, prefería morder antes acariciar, estrujar antes que recorrer con la punta de los dedos. Cada vez que penetraba el cuerpo de Lucía estaba inoculando palabras clave en su sangre, palabras que en otros tiempos significaron las llaves del infierno: “coochie”, “mama”, “gimme some sugar”…
Sin embargo, un segundo antes de que el Diablo eyaculara, una silueta se apareció en la puerta del camerino. Era Christian, su novio, y detrás venía la Bruja. Estaban desnudos y a la luz de los focos se notaba que habían sudado demasiado.

******

Capítulo 5.1 El bautizo de mezcalina
Delante de aquel vaso de mezcal, Christian se tambaleaba.
—Eres un idiota, todo aquello no fue real— le contestó Adad. Sí, se había prometido o verlo más desde aquel penoso incidente de la pelirroja, pero uno no puede andar por la vida sin un mejor amigo. No antes de estar seguro que Dios existe. Adad creía, pero aún le faltaba convencerse.
—¡Claro que lo fue! Debiste sentir sus tetas, eran suaves como frutas… y si le preguntas a Lucía te dirá lo mismo. Fue muy intenso.
Adad no podía creer que su amigo en verdad creyera que se había acostado con Janis Joplin. Sí, él creía en Dios, y para Christian eso igual de absurdo, pero no Adad nunca dijo que se había cogido a María Magdalena.
—¡Estabas drogado, cabrón! ¡Y Lucía también! ¡Fue un viaje, entiende! ¡Con suerte no se los cogió el shaman ése, que les dio tanta chingadera!
Adad se puso de pie y echó un ojo a la casa de su amigo. Hacía ya cinco años que se escapó del Convento donde lo cuidaban las monjas. Desde entonces se convirtió en el más recurrido de los ‘dealers’ de la colonia, por lo que no le costaba trabajo pagarse ese departamento. Lucía Fernanda se iba a mudar con él apenas iniciara la carrera. Ya estaba hasta la madre de sus papás y además, desde que La Espíritu Santo se fue de mochilazo al Vaticano junto a aquella singular comuna de hippies cristianos, Lucifer no tenía nada que no fuera su novio satánico.
Christian se bebió un vaso más, de Hidalgo, y se cayó dormido encima de la mesa.
Adad lo llevó hasta el sillón y lo acostó bocabajo para que no se fuera a ahogar si es que vomitaba. “Con un solo San Miguel Yonki tenemos”, se dijo mientras recordaba cómo había muerto John Bonham. “Desde aquel día, el mundo no volvió a ser el mismo. Se acabó Led Zeppelin”.
Adad salió de la casa de Christian y se subió a su automóvil. Se ordenaría muy pronto y debería dejar de embriagarse y acostarse con mujeres, como había venido haciéndolo a lo largo del seminario. En cierta medida, las últimas semanas habían significado su despedida de soltero.
Incluso, quizá, con el tiempo dejaría de ver a su mejor amigo. Adad, una vez hecho sacerdote, debería pasar más tiempo en su parroquia y además, no se vería bien que frecuentara a un tipo que dibujaba pentagramas en el piso y bebía sangre de cordero en un Santo Grial de segunda mano que había comprado en La Lagunilla.
Quizá había llegado el momento de olvidarse de todo y simplemente desaparecer, igual que los santos que hacen milagros y de un día para otro se esfuman de la vida de quienes creen en ellos.
“Quiero irme a una orden de retiro en algún pueblo incomunicado”, le dijo a sus maestros esa misma tarde. “Apenas me ordene, quiero entregarme en cuerpo y alma al señor”.
Una vez que le dieron la aprobación, llamó por teléfono a Christian.
—¿Qué pasó, cabrón? Te fuiste y ni cuenta me di. Ya estaba bien pedo, pinche mezcal…
—Necesito que me lleves con el shamán.
Christian se quedó mudo, del otro lado de la línea.
—¿En serio? ¡Pues no me estuviste cagando toda la tarde!
—Sí, pero necesito verlo.
—¿A quién?
Adad suspiró profundo.
—A Dios cabrón, necesito verlo y saber que existe.
—Pero tú siempre has creído, ¿no? Por eso te metiste de padrecito…
Entonces vino un silencio que estuvo a punto de aplastar el mundo.
—Pero si no lo veo, voy a cometer la peor pendejada de mi vida. Necesito que me bautices, Christian, como Juan Bautista, antes de que me ordene.
Christian tosió en la bocina.
—Sale, pues jálate. Avisa que no vas a llegar a dormir en varios días.

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2 locos: una misma novela

Arthur Gore y el Black Wedding Cake son amigos desde tiempos inmemoriables... han decidido fusionar sus pachecadas en la misma obra. Lee la primera novela (de nosotros) escrita a cuatro manos y en tiempo real...

La novela en proceso (Léanla en orden, porque no es Rayuela, de Cortázar)

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El Hades- Lomas de Copula, Louder than Hell!!!!!!, Antigua & Barbuda
Una novela escrita por dos artistas que no pueden evitar cagarse de risa al contemplar lo que la vida ha hecho con ellos... Además, se confiesan dos fans de Polo Polo, Tin Tan y la rola Die for Metal, de Manowar.